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Edificación y rehabilitación

La habitación exterior

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Escribo desde una terraza. Es una terraza pequeña, no más grande que una habitación. Podría decirse que es una habitación exterior, con tres paramentos y una pérgola de madera que me protege del sol intenso que luce hoy. Escribo sobre una mesa de mármol blanco. Oigo los ruidos de la calle, pocos. Y también noto la temperatura cálida de este otoño amable que parece no querer llegar del todo. Estoy rodeada de verde y de aire.

(La habitación exterior, 2020 — Queralt Garriga)

Desde aquí, a mi izquierda, veo la cocina, toda ella abierta al exterior por unas ventanas horizontales, amplias. Y la sala, frente a mí, a través de los ventanales, como una continuación de la terraza, hacia el interior. Este límite, entre el interior y el exterior, lo quisimos difuso. Para que diera diferentes posibilidades de acción, de estar y permanecer en un lugar o en otro. Sobre todo, me gusta tumbarme en el sofá, justo después de comer, abrir la balconera y que el sol me toque la cara… Esta experiencia —la de estar dentro, pero sentir el contacto con el afuera— es de lo que quiero hablar.

Dicen que Gaudí definía la arquitectura como “el arte de envolver el aire” [1]. Y la frase es sugerente porque plantea una dicotomía fundamental: el espacio y la conformación del recinto como materias primas de la arquitectura.

Aquello que el arquitecto manipula es el límite entre un dentro y un fuera. Este es, quizá, el gesto más primigenio de la disciplina: librarnos de la intemperie, separarnos de un entorno natural hostil, frente al cual necesitamos protección.

Dues dones mirant per la finestra

Mujeres en la ventana (1665-1675) Bartolomé Esteban Murillo (Wikimedia)

La necesidad ineludible de tener espacios de relación con el exterior es crítica

Podría decirse que la evolución de nuestro arte ha devenido en paralelo a la progresiva indefinición de este límite, a su porosidad creciente. A la búsqueda de aquello que, en realidad, es más natural y por tanto necesario: estar en el exterior.

Esta voluntad se ha materializado en un elemento —la ventana— que, a lo largo del tiempo, ha derivado en diferentes ingenios arquitectónicos justo en el límite del edificio: ventanales, balcones, galerías, tribunas, porches, barandas, pasarelas, terrazas cubiertas… Espacios intermedios —encajados en la propia piel de la obra, sobresaliendo de esta o invadiendo el interior— que han sido no solo funcionales —fuente de aire y de iluminación—, sino también y sobre todo mecanismos para vivir el exterior desde la intimidad.

En tiempos de pandemia, recluidos como nunca en nuestras casas, se han puesto clamorosamente de manifiesto los límites y las carencias de muchas arquitecturas domésticas. Pisos altamente cerrados, sin espacios entre el dentro y el fuera, que nos han hecho más duro el confinamiento estricto. La necesidad ineludible de tener espacios de relación con el exterior es crítica.

Dona a la finestra

Femme à la fenêtre (1654) de Jacob Vrel (Wikimedia)

Las primeras arquitecturas, como decía, nos dieron cobijo. Gottfried Semper afirmaba que el elemento arquitectónico más importante es el fuego, como primer signo de asentamiento humano. Los otros tres elementos —el techo, el recinto y el terraplén— dice, aparecieron alrededor de este, para preservarlo.

Con la aparición de los asentamientos estables, pronto fue necesaria la construcción de muros sólidos por razones de seguridad, para aguantar cargas y por durabilidad. En esos primeros momentos, las aberturas de los recintos eran meras perforaciones para permitir la salida del humo, una mínima entrada de luz y la ventilación. Por cuestiones estructurales, estos agujeros eran tendencialmente pequeños y raramente estaban cubiertos de algún material (madera, piel, papel, huesos de animal…). Pese a existir, el vidrio era costoso, aislaba mal y su técnica de producción no permitía grandes dimensiones. Su uso no fue común en la arquitectura doméstica hasta bien entrado el siglo XVIII.

El límite —pared o cubierta— separaba, diferenciaba y excluía. Por lo tanto, durante milenios, no hubo sucedáneos, la arquitectura se planteaba sobre todo en términos de contraste: o se estaba fuera o se estaba dentro; expuesto o a cobijo, en público o en la intimidad.

Luigi Bazzani

In a courtyard in Pompeii (1878) de Luigi Bazzani (Wikimedia)

El uso del vidrio no fue común en la arquitectura doméstica hasta bien entrado el siglo XVIII

La casa acomodada romana o griega estaba volcada hacia ella misma. Los primeros sistemas de plantas domésticas no son sino el reflejo formal de la protección del interior. El afuera todavía es un lugar del cual nos queremos distanciar. Al atrio se abocan todas las estancias de la casa. Y, este es el instrumento de diálogo con el exterior —la luz, el cielo, la lluvia, la brisa, lo verde, el agua…— y el silencio. El patio, central o trasero, aerá, a lo largo de la historia, una constante en las casas de ciudades medianas y pequeñas.   

Pero la densidad urbana hará que el contacto saludable y experiencial con el entorno pase a ser un privilegio. Ya en la antigüedad, en las grandes ciudades, como la propia Roma, la gente se amontonaba en casas de pisos de alquiler agrupadas en “islas” (insulae), muy parecidas a los edificios de viviendas que encontramos en los centros históricos de cualquier ciudad europea.

Desde siempre, los artefactos de intermediación con el exterior han sido un privilegio de quien se lo ha podido permitir.  

Mujer leyendo una carta junto a la ventana

Brieflezend meisje bij het venster (1657–1659) de Johannes Vermeer (Wikimedia)

Con la mayor dimensión de las aberturas por razones técnicas y estructurales, la ventana deja de ser un mero recorte del muro y comienza a sofisticarse como mecanismo. Espacios ganados a la calle, sobresaliendo de la fachada con estructuras cerradas de entramados de madera; filtros de luz que impiden la entrada de insectos y polvo, pero permiten ver y no ser visto; habitáculos o cortejadores construidos en el interior del muro, como dispositivos para habitarlo… La ventana adquiere la capacidad de convertirse en un lugar cuando su configuración y materialidad permiten que se produzca alguna actividad a lo largo del tiempo. Es entonces cuando la definición estricta del límite entre el adentro y el afuera comienza a desdibujarse definitivamente.

La ventana, tal y como la entendemos hoy en día —un elemento para la contemplación—, no hace su aparición hasta principios del siglo XV, en paralelo a la invención del cuadro, para enmarcar un determinado paisaje o vista [2]. Pasa, por tanto, a ser unidad espacial y objeto de proyecto.

A lo largo de la historia, las ventanas se han ido transformando en función del clima, la tradición constructiva, la cultura y las costumbres sociales, y en función de cómo las personas en la búsqueda de la experiencia exterior, las hemos ido conformando. Todas sus derivadas emergen paulatinamente, creando diferentes oportunidades y grados en esta relación.

Tall Windows

De høje vinduer (1913) de Vilhelm Hammershøi (Wikimedia)

Quedarse en casa no puede ser sinónimo de reclusión

Mientras la fachada ha sido estructura y cierre, abrir agujeros en el muro ha sido una alternativa limitada. En el siglo XX, finalmente, la creciente dimensión de la hoja de vidrio generaliza el uso de la ventana y sus resultantes, en toda la arquitectura.

Le Corbusier formula la idea de la fenêtre en longueur y construye edificios en los que diferentes espacios vacíos perforan completamente el volumen, dotándolo de transparencia para que corra el aire y entre el sol en diversos momentos del día. Bruno Taut declarará en 1925: “las tribunas, los balcones y las galerías forman ahora el actual sistema de la arquitectura” [3].

A partir de los años veinte, aparecen también los vidrios de grandes dimensiones (panorámicos) que permiten construir fachadas enteras, y el doble vidrio, que permite dotar de un cierto grado de aislamiento al paramento transparente.

Luz Solar

Luz solar de Vilhelm Hammershøi (Wikimedia

Con la invención del muro cortina, la ventana como instrumento de intermediación vuelve a desaparecer: pierde su autonomía como elemento [4] y se convierte en la única piel de la fachada. Volvemos a estar encerrados en un interior sin posibilidad de contacto con el exterior. Disfrutamos de las vistas, pero no podemos sentirlas.

Por otro lado, con la llegada de la estandarización —que convierte la ventana en una pieza catalogada, igual para todos—, se ha reducido la casuística y se ha homogeneizado el vínculo con el afuera. Hemos perdido el potencial de inventar la relación entre nosotros y el entorno. Los edificios de viviendas contemporáneos no son porosos y nos alejan de la experiencia del exterior. De nuevo, el límite es sólo recinto. De nuevo, o se está fuera o se está dentro.

Al eliminar estos espacios de intermediación, se han borrado también las múltiples posibilidades de vivirlos. En términos arquitectónicos, la pandemia ha hecho evidente la no-habitabilidad de las viviendas. Quedarse en casa no puede ser sinónimo de reclusión. La casa debe tener mecanismos y dar las posibilidades para que, vivir en ella, sea una experiencia rica, diversa, múltiple y cambiante: un disfrute completo.  

El actual decreto 141/2012 sobre condiciones mínimas de habitabilidad confía en su cláusula 3.9 la serie de responsabilidades que he ido relatando. Y dice así: los espacios de uso común y las habitaciones deben tener ventilación e iluminación natural directa desde el exterior a través de aberturas de una superficie no inferior a 1/8 de su superficie útil […]. La sintética frase muestra, sin duda, los límites del propio sistema y una confianza infinita en la realidad. El resultado lo sufrimos nosotros, los ciudadanos, especialmente los más necesitados.

Implementar más medidas para potenciar los espacios intermedios en las viviendas debe ser una apuesta política clara. Si las normativas obligan a que haya unos metros cuadrados mínimos para considerar un espacio habitable, ¿no deberían considerarse también prescriptivos unos espacios mínimos exteriores? Abogando por una construcción más vinculada al entorno, más cercana a las personas, que dé lugar a ciudades más amables. No solo en términos de sostenibilidad o eficiencia energética, sino también y, particularmente, para la felicidad directa de las personas.

 

Queralt Garriga
Dra. Arquitecta
Grupo de Mujeres Arquitectas del COAC

 

Notas:

[1] Transmisión oral de Manuel Medarde (ingeniero y antropólogo, investigador sobre la Cripta de la Colonia Güell durante más de 30 años) de uno de los habitantes de la Colonia que había conocido a Gaudí.

[2] LAHUERTA, Juan José, citando a Alberti (asignatura Història de l’Art, ETSAB/UPC, 2020-21)

[3] TAUT, Bruno, Für die neue Volkswohnung. Für die neue Baukunst Berlins! A Die Wohnungswirtschaft, 2, 1925, H1, 4.

[4] AAVV, Elements of architecture (Window, Balcony), 14 International Architecture Exhibition, La Biennale di Venezia, 2016.

Este post forma parte de la compilación de artículos del libro Crónicas del desconfinamiento: Mujeres y arquitectura. Si lo quieres descargar, aquí te explicamos cómo hacerlo.

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