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El reto de conseguir espacios públicos inclusivos

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Una arquitectura inclusiva tiene en cuenta las características físicas, sensoriales y cognitivas del conjunto de la población. Aunque esta integración todavía no está completamente resuelta, el espacio público es cada vez más democrático y se diseña pensando en las personas.

Estadísticamente, en algún momento de nuestra vida todas las personas necesitaremos hacernos paso por entornos accesibles. Niños pequeños, padres con cochecitos, mujeres embarazadas, viajeros cargados, personas de edad avanzada o cuidadores, entre muchos otros. Y, por supuesto, personas con movilidad reducida o diferentes capacidades sensoriales o cognitivas, ya sean temporales o permanentes.

“Una reflexión que me gusta hacer es que la discapacidad no reside tanto en la persona sino en el entorno. Hasta la fecha, hemos diseñado para una mayoría y colocado parches para los grupos minoritarios. Gracias al diseño inclusivo, cada vez más vemos más población con discapacidad en el espacio público, una muestra de normalización e integración del conjunto de la sociedad”, afirma Marta Bordas, doctora en arquitectura y directora del curso La accesibilidad como herramienta de diseño de la Escola Sert.

Empatizar con las necesidades de la población eleva la calidad de la arquitectura

Empatizar, entender las necesidades del conjunto de la población e integrarlas desde el inicio no solo democratiza el espacio sino que eleva la calidad de la arquitectura. Igual que ha sucedido con la sostenibilidad, que ha pasado de ser un criterio casi residual en los proyectos a un deber de obligado cumplimiento, la arquitectura accesible se encuentra en un momento similar.

“El reto para los arquitectos es mental. Como profesionales debemos interiorizar la accesibilidad y, sobre todo, creer en ella”, afirma Albert Gassull, profesor del citado curso y director de servicios del espacio público del Área Metropolitana de Barcelona (AMB).

La evolución del diseño y la construcción inclusiva

Los inicios de la arquitectura y de la normativa en materia de accesibilidad se centró, principalmente, en suprimir las barreras arquitectónicas pensando en personas con discapacidades motrices. “Es lógico porque son las más evidentes y costosas de implementar, especialmente en el entorno ya construido. No obstante, las normativas evolucionan, como todo, para incorporar otro tipo de necesidades, como son los temas comunicativos o de orientación”, detalla Bordas.

Los pasos de peatones, por ejemplo, han pasado de ser un vado con el espacio justo para una silla de ruedas o un cochecito para bebés a un lado del paso, a ampliarse a la anchura total del paso de peatones.

También se han ido incorporando pavimentos podotáctiles para guiar a las personas ciegas en su recorrido cuando navegan por la ciudad o bucles magnéticos que asisten a las personas con problemas auditivos, usuarias de audiófonos o implantes cocleares.

En enero de este año entró en vigor una nueva ordenanza de accesibilidad para los espacios públicos, la Orden TMA/851/2021, un documento técnico donde se estipulan las condiciones básicas para no discriminar a ninguna persona en el acceso y la utilización del espacio público urbanizado.

Para Bordas, las normativas nacionales, autonómicas y municipales, cada una con sus matices, van todas (o deberían ir) de la mano. Sin embargo, más allá de la obligación de cumplir con una lista de mínimos, lo interesante es entender el porqué de las cosas y no pensar en estos marcos normativos como una limitación, sino como una oportunidad de mejora y creatividad. “Un diseño bien ejecutado es capaz de eliminar la sensación de discapacidad”, explica.

La anchura de las puertas o colocar cristal en las puertas de los ascensores no son decisiones aleatorias. Permiten, en el primer caso, el acceso cómodo de sillas de ruedas, y en el segundo, evitar que una persona, especialmente si es sorda, no entre en pánico en caso de que el ascensor sufra una avería.

Gassull reconoce que, como en otras profesiones creativas, los arquitectos no son especialmente amigos de las limitaciones. “Pero no debemos olvidar que diseñamos para las personas, para todas las personas, así que se trata de darle la vuelta y usar la creatividad para encontrar recursos y soluciones que se integren en el espacio público para que éste sea mejor sin que pierda su calidad espacial”.

Más allá de los arquitectos, todos los profesionales del sector deben formarse en arquitectura inclusiva

Cumplir con criterios accesibles más allá de las normativas

Además de los arquitectos y de la normativa que vela por su cumplimento, no hay que olvidar que otros agentes del sector también son responsables de su ejecución, especialmente el de la construcción o diseño industrial.

“A menudo actuamos en base a prácticas heredadas y cuesta cambiar la mentalidad. Personalmente, me sucede a menudo cuando voy a un hotel y compruebo que la habitación teóricamente accesible no cumple con los criterios exigidos. ¿Quién es el responsable? ¿El diseñador, el industrial, el equipo de mantenimiento o la persona encargada de validarlo?”, se pregunta Bordas.

Por este motivo, la arquitecta afirma que no solo los arquitectos deben formarse en accesibilidad, sino que extiende esta invitación a todos los profesionales que directa o indirectamente piensan y ejecutan los principios de la arquitectura inclusiva.

La rehabilitación, una cuestión pendiente

Adaptar el parque construido a la evolución que está experimentando el diseño universal comporta una mayor dificultad. Recuperando el paralelismo con la sostenibilidad, la normativa europea ya exige que las viviendas mejoren su eficiencia energética. En lo se refiere a la accesibilidad, Bordas reconoce que es, efectivamente, una cuestión compleja de abordar:

Sin embargo, existen proyectos arquitectónicos en marcha. El AMB, sin ir más lejos, está rehabilitando las plantas de acceso de su sede central. Uno de los objetivos es que esta reforma se convierta en un ejemplo de espacio público inclusivo. “Se trata de utilizar nuestra sede como concepto a replicar, de dar un paso más a través de soluciones que integren la accesibilidad en el diseño, en tantos ámbitos como sea posible, y demostrar que así mejoramos la calidad del espacio”, explica Gassull.

El Área Metropolitana ha rehabilitado los núcleos antiguos de poblaciones como Sant Boi o El Papiol para democratizar el espacio público. También se están implementando con más frecuencia los denominados juegos inclusivos en los parques, para que niños y niñas con discapacidad no tengan que renunciar a una infancia plena.

Las playas también están incorporando herramientas. Por ejemplo encontramos itinerarios accesibles, señalización e información visual, aseos y duchas adaptadas, pasarelas de madera que llegan lo más cerca posible del agua, zonas de sombra y sillas anfibias que asisten el baño de personas que así lo requieran.

Sin embargo, esta solución implica la necesidad de asistencia de terceros, ya que, desafortunadamente, el recorrido accesible termina unos metros antes de llegar al agua. Sigue sin estar resuelto el acceso al mar de forma autónoma y segura; cabe reflexionar si muchos usuarios con necesidades especiales podrían valerse por sí mismos si se indagan otras posibles soluciones.

Este es solo el principio de un largo trayecto, no siempre fácil pero sí estimulante. Bordas plantea un ejercicio de apariencia simple que resume los principios de la arquitectura accesible: pensar en las necesidades que tendrá nuestro futuro yo sin renunciar a formar parte del rico tejido social.

¿Aceptamos el reto?

 

Lucía Burbano
Redacción Escola Sert

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Comentarios

Subido por robert (no verificado) el Mié, 27/04/2022 - 12:07

Crear espacios accesibles es hacer un mundo apto para las personas con diversidad funcional, pero no implica un cambio en la manera de pensar sobre la diferencia.

Adaptar espacios para hacerlos más accesibles no aborda el problema de fondo que es la diversidad y la inclusión de todas las personas, incluso aquellas que tienen alguna limitación.

Obviamente la carga ideológica de la palabra discapacitado o discapacitada se tiene que sustituir por la noción de diversidad funcional.

            Ahora toca cuestionar la palabra accesibilidad. Accesibilidad es una expresión que refleja una manera de pensar que supone hacer las personas más capaces. Sería deseable plantear la accesibilidad como una forma de incorporación de la diversidad, evitando categorizaciones de personas capaces e incapaces. 

Las limitaciones del uso de la palabra accesibilidad es como el uso de la palabra resiliente. La ciudad y la sociedad son resilientes cuando se vuelven a un estado inicial de armonía donde pensamos que todo es idealmente accesible. Yo defiendo que la diversidad cambia como vivimos y pensamos. No hay que volver a un estado inicial, sino hay que favorecer los cambios y la diversidad. La accesibilidad no es un si o no, es un proceso.

La inclusión empuja a la sociedad a ser más diversa. Es otra manera imaginar la sociedad y cambia las premisas de cómo hay que ver el mundo. El mundo tiene que ser más diverso no centrarse en la accesibilidad. Es difícil adaptar al mundo a la diversidad de necesidades que existen. Son dificultades físicas, técnicas, y tecnológicas, pero no deberían ser problemas sociales. La inclusión social trata estos problemas morales y como la gente nos trata. En el mundo laboral, por ejemplo, se premia antes el hecho de tener diversidad funcional que el curriculum que demuestra lo que eres capaz de hacer.

Entonces defiendo que la accesibilidad es inclusión.

 

 

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