Plantas, Animales, Hombres, Ciudades y Campos
UNIDOS CONTRA EL CORONAVIRUS
¿Un libro puede recomendar otros libros? Un árbol en la casa te demuestran que es posible. Nos presenta cinco propuestas relacionadas con plantas, animales, hombres, ciudades y campos. Una excelente manera de evadirnos en tiempos de confinamiento.
(Foto: Plegopaper)
Soy un libro que lee. Los libros se suelen escribir después de haber leído. A mi me pasó lo mismo solo que, como soy un libro que se reescribe, necesito seguir leyendo. Si a mis lecturas les puedo sacar provecho para alimentar a alguno de mis cinco capítulos, la subrayo y la guardo para cuando no consigo que la vida me sorprenda. Suelo poner alguna nota al margen que me indique a qué capítulo le vendría mejor esa inspiración. Escribo una P, una A, una H, una C y una I, o una C y una A, para nombrar, de forma abreviada, a mis capítulos dedicados a las Plantas, los Animales, los Hombres, las Ciudades y los Campos.
El que pone la mano y el lápiz, y poca cosa más, para escribirme se ha pasado la mañana ordenando todos los cajones y armarios de la cocina. Jamás le había visto hacer algo así. De verlo me han entrado ganas de ordenar yo también mis cosas de comer, algo que no habría hecho nunca, y él tampoco, de no estar viviendo en esta distopía. Aquí va el resultado del trabajo en el que he pasado la tarde entera.
Si a mis lecturas les puedo sacar provecho para alimentar a alguno de mis cinco capítulos, la subrayo y la guardo para cuando no consigo que la vida me sorprenda.
Para las Plantas
- Jean Jacques Rousseau (Ginebra 1712-Ermenonville 1778), Las ensoñaciones del paseante solitario, M. Armiño, tr., Madrid, Alianza, 1979.
Para introducir el libro he encontrado un párrafo que lo define muy bien y que, si yo fuera una persona como vosotros, me gustaría que fuera mi epitafio:
«A veces he pensado con bastante profundidad; pero raramente con placer, casi siempre en contra de mi gusto y como a la fuerza: la ensoñación me relaja y me divierte, la reflexión me fatiga y entristece; pensar fue siempre una ocupación penosa y sin encanto. A veces mis ensoñaciones terminan en meditación, pero mis meditaciones terminan con mayor frecuencia en ensoñación, y durante estos extravíos mi alma vaga y planea sobre el universo en alas de la imaginación, en éxtasis que superan a cualquier otro goce.» (p. 108)
Esto es lo que tenía subrayado y marcado con una P:
«Atraído por los risueños objetos que me rodean, los considero, los contemplo, los comparo, aprendo en fin a clasificarlos, y heme aquí de pronto tan botánico como necesita serlo quien sólo quiere estudiar la naturaleza para encontrar sin cesar nuevas maneras de amarla.
No busco tampoco instruirme; es demasiado tarde. Además nunca he visto que tanta ciencia contribuya a la felicidad de la vida. Trabajo en cambio por darme distracciones dulces y simples que puedo gustar si esfuerzo y que me distraen de mis desdichas. No tengo ningún gasto que hacer, ningún esfuerzo que tomar para vagar indolente de hierba en hierba, de planta en planta, para examinarlas, para comparar sus diversos caracteres, para notar sus relaciones, sus diferencias, para observar en fin la organización vegetal con objeto de seguir la marcha y el juego de esas máquinas vivas, de buscar a veces con éxito sus leyes generales, la razón y el fin de sus estructuras diversas, y de entregarme al encanto de la admiración reconocida para con la mano que me hace gozar de todo esto.» (p. 116)
Las propuestas literarias comienzan con Las ensoñaciones del paseante solitario de Rousseau. (Plegopaper).
«Me gusta, incluso, ver a los animales domésticos reafirmar sus derechos innatos, y dar pruebas de que no han perdido del todo sus salvajes hábitos originarios ni su vigor».
Para los Animales
- Henry David Thoreau (Concord 1817-Concord 1862), Un paseo Invernal, M. Nava, tr., Madrid, Errata Naturae, 2014.
Este autor norteamericano se definía como «inspector de ventiscas y diluvios». Qué pena no haberlo conocido. Me habría ofrecido para ser su aprendiz, aunque estoy convencido de que me habría rechazado. Le gustaba trabajar solo.
«Los hindúes soñaron que la tierra se apoyaba sobre un elefante, y el elefante sobre la tortuga, y la tortuga sobre una serpiente, y aunque quizá sea una coincidencia sin importancia, no estaría de más recordar que recientemente se ha descubierto en Asia el fósil de una tortuga lo suficientemente grande como para sostener a un elefante. Confieso que tengo cierta debilidad por estos caprichos salvajes de la imaginación que trascienden el orden del tiempo y la evolución. Constituyen el esparcimiento más sublime del intelecto. A la perdiz le encantan los guisantes, pero no los que le acompañan en la cazuela. […]
Me gusta, incluso, ver a los animales domésticos reafirmar sus derechos innatos, y dar pruebas de que no han perdido del todo sus salvajes hábitos originarios ni su vigor, como cuando la vaca de mi vecino se escapa a principios de primavera y nada alegremente por el río, una corriente fría y gris de unas veinticinco o treinta varas de anchura, crecida por el deshielo. Igual que el bisonte cruzando el Misisipi. A mis ojos, esta hazaña confiere mayor dignidad a todo el rebaño, de por si digno. Las semillas del instinto quedan preservadas bajo los gruesos cueros de las reses y los caballos, como la simiente en las entrañas de la tierra, durante tiempo indefinido.
Siempre nos sorprende cuando las reses dan muestras de su espíritu juguetón. Un día vi a una docena de terneros y vacas corriendo y retozando de un lado al otro, divirtiéndose torpemente, como ratas gigantes, como simples gatitos. Agitaban la cabeza, levantaban el rabo y corrían arriba y abajo por la colina, y entonces fui consciente, tanto por sus cuernos como por su comportamiento, de su relación con la tribu salvaje de los cérvidos. Pero, ay, un repentino y sonoro «¡so!» apagó al instante su ardor, convirtiendo la carne de venado en carne de vaca y endureciendo sus músculos y tendones como los de una locomotora.» (pp. 94-96)
«En Nueva Inglaterra se escucha a menudo que cada año nos visitan menos palomas, que nuestros bosques no les ofrecen suficientes hayucos. Del mismo modo, se diría que, a medida que crecen los hombres, cada año son menos los pensamientos que los visitan: la arboleda de nuestra mente se ha ido devastando y vendiendo para alimentar las hogueras de la ambición o se ha enviado al aserradero. Apenas queda una ramita sobre la que podrían posarse. Ya no anidan ni crían entre nosotros. En la estación más favorable quizá atraviese el paisaje de la mente una sombra tenue, impulsada por las alas de alguna idea en su migración primaveral u otoñal, pero, al mirar hacia arriba, no logramos apreciar la esencia del pensamiento mismo. Nuestras ideas aladas se han convertido en aves de corral. Ya no se elevan y sólo miden su grandeza con la de algunas especies de Shanghái o la Conchinchina. Esos grandioooosos pensamientos, estos grandioooosos hombres de los que tanto se habla.» (pp. 111-112)
Henry David Thoreau, uno de los padres de la literatura estadounidense, también está presente en nuestras propuestas lectoras. (Plegopaper).
Después de tanto paseo y tanta explosión de vida vamos a quedarnos quietos, muy quietos, muy muy quietos.
Para los Hombres
- Edgar Lee Masters (Garnett 1868-Elkins Park 1950), Antología de Spoon River, J. Bosquet y M.A. Llauger, tr., Girona, Llibres del Segle, 2012.
Después de tanto paseo y tanta explosión de vida vamos a quedarnos quietos, muy quietos, muy muy quietos.
Todos los poemas de este libro llevan el nombre de un habitante muerto y enterrado en el cementerio de la ciudad imaginaria de Spoon River. Ellos nos hablan desde el más allá para dejar testimonio de su última palabra, en una suerte de coro de epitafios cruzados que revelan vuestro lado más oscuro y decadente. Después de una lectura como esta tengo que reconocer que os admiro y os compadezco a partes iguales.
«Chase Henry
Vaig ser en vida el borratxo del poble;
quan em vaig morir, el rector em va negar l’enterrament
en terra sagrada.
La qual cosa va resultar ser una sort per a mi.
Aquest terreny el van comprar els protestants
i van enterrar-hi el meu cos
al costat del banquer Nicholas
i la seva esposa Priscilla.
Preneu-ne nota, oh ànimes prudents i pietoses,
de quina manera els corrents contraris de la vida
poden honorar morts de vida vergonyosa.» (p. 33)
«El jutge Somers
Com és possible, digueu-me, que jo era el més erudit dels advocats,
que em sabia el Blackstone i el Coke
gairebé de memòria, que vaig fer el millor discurs
de tots els que s’ha sentit en un tribunal, i que vaig escriure
un sumari molt elogiat pel magistrat Breese—
com és possible, digueu-me,
que jegui aquí sense cap senyal, oblidat,
mentre que en Chase Henry, el borratxo del poble,
té el seu bloc de marbre, amb la seva urna a sobre,
en la qual la natura, amb irònic humor,
ha plantat una herbota que fa flors?» (p. 37)
La poesía tampoco puede faltar en estas propuestas. Edgar Lee Masters es la opción elegida. (Plegopaper).
Los pocos humanos que osan saltarse las normas, y tratan de buscar la libertad en nuestras páginas, arden con nosotros.
Para las Ciudades
- Ray Bradbury (Waukegan 1920-Los Ángeles 2012), Fahrenheit 451, J. Subirana, tr., Barcelona, Proa, 2020.
Siendo yo un libro se me hace difícil hablar de este. En él, todos nosotros, los libros, somos perseguidos y condenados al fuego. Los pocos humanos que osan saltarse las normas, y tratan de buscar la libertad en nuestras páginas, arden con nosotros. El resto de la humanidad vive confinada por voluntad propia, no como ahora, atrapados por el miedo a que su vida social vaya más allá de la seguridad de las pantallas que invaden sus casas sin ventanas y sus mentes sin voluntad.
En este párrafo tenía dos anotaciones: una H y una CI. Es algo que me suele pasar. Me cuesta definir bien las fronteras. Lo dejo aquí, en Ciudades, cerca de Hombres. Mañana probablemente lo cambiaré.
«Dóna a la gent concursos que puguin guanyar recordant la lletra de les cançons més populars, o el nom de les capitals dels estats, o quant blat de moro produí Iowa l’any passat. Atipa’ls de dades no combustibles. Farceix-los de fets fins que no puguin més però se sentin excel·lentment informats. Així els semblarà que pensen, tindran la sensació que es mouen sense que realment es moguin gens. I seran feliços, perquè aquesta mena de fets no canvien. No els donis matèries esmunyedisses, com ara la filosofia o la sociologia, per començar a lligar coses. Això duu a la malenconia. Qualsevol home que sigui capaç de desmuntar un aparell de televisió mural i tornar-lo a muntar, i avui dia gairebé tothom sap fer-ho, és més feliç que un altre que miri de quantificar, mesurar o comparar l’Univers, que no pot ser quantificat o mesurat sense fer sentir l’home bestial i sol.» (p. 101)
Aquí sí que tenía anotada solo una C.
«A l’altra banda del carrer i cap avall s’alçaven les altres cases, amb les seves façanes llises. Què era allò que la Clarisse havia dit una tarda? «Cap porxo davanter. El meu oncle diu que n’hi havia. I de vegades la gent s’hi asseia, a la nit, xerraven quan en tenien ganes, es gronxaven al balancí, no xerraven quan no tenien ganes. De vegades, senzillament s’asseien allà i pensaven en les coses, les capgiraven. El meu oncle diu que els arquitectes van eliminar els porxos perquè no quedaven bé. Però el meu oncle diu que això fou només l’excusa teòrica que donaren, que la raó veritable, amagada dessota aquesta, era probablement que no volien que la gent s’estigués asseguda d’aquella manera, sense fer res, gronxant-se, xerrant. Tot això era la mena de vida social equivocada. La gent xerrava massa. I tenien temps de pensar. Així doncs van eliminar els porxos. I els jardins, també. Prou de jardins on poder seure. I fixi’s en els mobles. Ja no hi ha balancins. Són massa confortables. Cal mantenir la gent dreta i en moviment. El meu oncle diu... i... el meu oncle diu... i... el meu oncle...» La veu d’ella anà apagant-se.» (p. 104)
Bradbury y su célebre distopía también nos acompaña en este artículo. (Plegopaper).
«La estación de los vergeles en flor es tan pasajera y tú sabes que estos motivos son de aquéllos que alegran a todo el mundo».
Para los Campos
- Vincent Van Gogh (Zundert 1853-Auvers-sur-Oire 1890), Cartas a Theo, Instituto del libro de la Habana, tr., Barcelona, Barral, 1971.
En febrero de 1888 Van Gogh viaja al sur de Francia y queda maravillado por sus paisajes de campo. Pinta sin parar. Pinta y escribe. En total le envió a su hermano Theo más de seiscientas cincuenta cartas. La última la llevaba en su bolsillo el día que se pegó un tiro en el pecho en medio de un campo de trigo. ¡Malogrado escritor!
Transcribo aquí un fragmento de dos de las cartas a Theo:
« […] He aquí el pedido:
20 Blanco de Plata, tubos gruesos
10 Ídem blanco de Zinc,
15 Verde Veronés, tubos dobles,
10 Amarillo de Cromo, limón, íd.,
10 Amarillo de Cromo (Nº dos), íd.,
3 Bermellón, íd.,
3 Amarillo de Cromo, .º tres, íd.,
6 Laca geranio, pequeños tubos, recientemente molidos: si están engrasados los devolveré.
12 — común
2 Carmín,
4 Azul de Prusia, tubos chicos,
2 Mina anaranjada, tubos chicos,
6 Verde esmeralda, tubos chicosNi que decir que si compras los colores para mí, mis gastos aquí disminuirían en más del 50 por ciento.
Hasta ahora he gastado más en mis colores, telas, etc., que para mí. Tengo además, un nuevo vergel para ti; pero ¡por Dios!... hazme llegar el color sin tardanza. La estación de los vergeles en flor es tan pasajera y tú sabes que estos motivos son de aquéllos que alegran a todo el mundo. Tan pronto como pueda pagar la caja y el franqueo (este último sin duda más barato aquí en la pequeña estación que lo resultaría en la de Lyon) te enviaré los estudios.
Por el momento, estoy sin un céntimo, como ya te lo he dicho (475).
Esta mañana he trabajado en un vergel de ciruelos en flor; de pronto ha comenzado a soplar un viento formidable, un efecto que yo no había visto jamás hasta aquí y que volvía por intervalos. De tiempo en tiempo, el sol, que hacía resplandecer todas las florecillas blancas.
¡Era realmente bello!... Mi amigo el danés vino a buscarme, y corriendo a cada momento los riesgos y el peligro de ver por el suelo todo mi equipo que se estremecía, continué pintando —hay en este efecto blanco mucho de amarillo con azul y lila, el cielo es blanco y azul. […] (476)» (pp. 194-195)
«el cielo es blanco y azul». Nada más que añadir.
#joemquedoacasa
Un árbol en la casa
www.unarbolenlacasa.com
@unarbolenlacasa
Día 25 de confinamiento
Foto de portada: Plegopaper
Este post es un artículo que también podrás leer junto a otros más en el libro Arquitectura desde casa: crónicas del confinamiento. Puedes descargarlo en el siguiente enlace.