Reflexiones sobre la marcha. El año que cambió nuestras vidas
¿Cuánto han cambiado las cosas en el último año? Poco y mucho. Se confirma la idea de que debemos repensarnos como sociedad, como civilización. En cierta manera, la pandemia ha reforzado la dualidad de los roles de género. Quien puede dedicarse a trabajar porque no tiene cuidados que hacer, trabaja mucho más.
(Imagen: Unsplash)
Para quien tiene que cuidar, el trabajo productivo se complica. La combinación se hace más difícil porque, con la ubiquidad múltiple, el trabajo productivo no acaba nunca, las horas se dilatan y se hace más invasivo. Es preocupante, sobre todo, en mujeres que llevan la mayor parte de la carga de los cuidados, con menos trabajo compartido en casa, y especialmente con personas mayores o menores a cargo. Esta situación está ahondando la desigualdad generada por los roles de género.
Nuestra sociedad no valora las tareas reproductivas ni productivas de los cuidados y, sin embargo, en la pandemia son las que no han podido parar. Son las tareas y trabajos menos valorados económica y culturalmente. Incluido el personal sanitario, del que el 70% son mujeres.
La pandemia no ha afectado igual a hombres y mujeres, y el peso de trabajos y responsabilidades ha caído, nuevamente, sobre las mujeres. Esta desigualdad se verifica de diferentes maneras, desde la producción académica hasta el maltrato machista. Han aumentado los maltratos en las casas, por pasar más tiempo en ellas debido a las restricciones o, incluso, por la posibilidad de teletrabajar. Se ha estado más tiempo expuesta y con el maltratador, contando con menos posibilidades para pedir ayuda.
La covid y los confinamientos han causado mayores perjuicios laborales en las mujeres. (Unsplash)
La producción académica de las mujeres también se ha visto resentida, dada la falta de corresponsabilidad en los trabajos de cuidados; el rendimiento de las mujeres ha bajado comparado con el año anterior: la covid y las cuarentenas tienen género.
El 2020
Estos meses han permitido poner en primer plano que se hace necesario equilibrar el trabajo productivo y el reproductivo: esto significa que se ha exacerbado la importancia que tiene cuidarnos, cuidar la ciudad, cuidar la tierra. Tanto los sanos como los enfermos hemos necesitado muchos cuidados: en casa, en las calles, en el mercado y los hospitales. Todo ha podido parar –evidentemente con unos costes económicos y sociales indudables– menos los cuidados.
La pandemia ha enfatizado la importancia de recuperar espacio y tiempo para las personas. Realmente, nuestra vida está tan mediada por la producción, por el hacer, por el correr de un lado a otro, que esta situación nos ha hecho parar en la ciudad real, nos ha hecho tener otros tiempos (los tiempos de espera en una tienda, por ejemplo, nos han hecho necesariamente más pacientes).
La producción académica de las mujeres también se ha visto resentida por la situación pandémica.
La pandemia nos ha hecho mirar nuestras calles, barrios y ciudades de una manera diferente. (Pexels)
Resulta fundamental, de nuevo en la historia de las ciudades, recuperar lo próximo: nuestro barrio, el espacio público y los comercios. En este sentido, tendríamos que reflexionar también sobre el modo en que consumimos. Consumir lo que necesitemos y de proximidad.
Las ciudades, en esta recuperación de espacios para las personas, han empezado a aplicar de manera rápida algo que era necesario, que se venía anunciando, que es limitar el espacio utilizado por los coches. Nos hemos dado cuenta, también, de que necesitamos espacios para un ocio no productivo, para un ocio de estar. Este es el gran cambio que ha acelerado la pandemia en la ciudad: recuperar la ciudad para la vida y el estar, que no tiene que ver con el consumo ni con el trabajo productivo.
En épocas pasadas, el espacio de la calle era un espacio más ambiguo, utilizado por diferentes medios y por diferentes razones: juego, religión, mercado. Pero, en realidad, la calle moderna se ha especializado tanto que ha impedido otros usos. No se trata de re-especializarla para otra actividad, sino de pensar en calles respetuosas con la variedad.
La nueva normalidad ha cambiado las calles de Barcelona. (Anabella Roitman)
Evidentemente, no se trata de que el coche desaparezca de la ciudad, porque se necesitan algunos, pero sí se debe entender otra lógica: hay que desconstruir la falsa ley de la selva (que fue inventada por los seres humanos), una ley donde manda el más fuerte y el más poderoso. Por lo tanto, lo fundamental es crear ese espacio para todas las personas, para convivir de forma diferente y entre diferentes.
La clave está en eso, en convivir diferente, en poner otras reglas, en recuperar la naturaleza que alguna vez estuvo en esos espacios donde hoy hay asfalto. No son nuevas, estas ideas, pero sí que se hacen imperiosas.
En una crisis climática sin precedentes, la pandemia está demostrando que los humanos necesitamos unas condiciones mínimas para vivir. Debemos parar de domesticar o industrializar los territorios y permitir que la naturaleza conviva con nosotros.
No obstante, aún vemos cómo cada día se aprueban nuevas autopistas, nuevas variantes en el territorio, y no se aprueban nuevos transportes públicos. Uno de los problemas graves que tenemos tanto en el AMB como en la RMB es la falta de transporte público entre municipios, que permita comunicación entre ellos sin pasar por Barcelona.
Muchas ciudades han descubierto que necesitan un mejor transporte público.
El consumo de productos de cercanía ha crecido con la pandemia. (Pexels)
Un resultado de este momento debería ser no destinar más inversión en vías para los privados sino en infraestructuras para el transporte público, las bicicletas y la movilidad peatonal. Si no se hace cuanto antes, para las ciudades será muy difícil hacer frente a una movilidad casi obligada por la escasez de opciones.
En este sentido, se puede pensar en utilizar las infraestructuras construidas, esas autopistas, para un transporte colectivo que pueda funcionar a demanda y de respuesta rápida: una gestión inteligente (smart) del transporte público.
En el caso de Barcelona y el AMB, el 74,2% de la movilidad es sostenible, entendida como hecha a pie, en bicicleta y en transporte público. Este dato expresa que el uso del coche no es extensivo: el problema es que este necesita mucho, demasiado espacio. Eso significa, también, que realizamos muchas actividades relativamente cerca de la vivienda.
Por eso, reforzar la pluricentralidad es un proyecto a futuro, así como repensar la producción: en la crisis de 2008 se hizo claro –y en esta, ha vuelto a ocurrir– que ninguna sociedad se puede basar en un monocultivo. Se vuelven necesarios, de nuevo, la producción y el consumo locales.
Los espacios públicos en la ciudad han ganado un nuevo protagonismo con la pandemia. (Anabella Roitman)
La tierra se queda sin una serie de ingredientes, deja de ser efectiva, y por eso existen las rotaciones; la naturaleza nos indica que deberíamos aprender más de ello. Cualquier producción intensiva termina muriéndose. Los ecosistemas son más complejos, así que deberíamos ser en realidad conscientes de la relación entre lo que la tierra permite producir y lo que producimos.
Debemos repensar nuestra manera de estar en el mundo. No creo que deba ser un ataque de locura. Hay que empezar poco a poco. Se trata de empezar a hacer cambios cada uno, como se pueda, asumiendo las propias contradicciones. Nadie es perfecto. Yo misma: lo que más extraño es poder viajar, y es muy contaminante.
El 2021
Si habláramos de la ciudad, de Barcelona en concreto, durante el año que tenemos por delante deberíamos actuar de manera táctica para crear en toda la ciudad esos espacios públicos para el estar. Esto significa convertir las calles para el estar cotidiano diverso y enfatizar las soluciones para responder a las necesidades derivadas de los cuidados, no solo para vehículos.
Hay que empezar a hacer cambios, como se pueda, asumiendo las propias contradicciones.
En el último año, hemos descubierto las verdaderas dimensiones y condiciones del teletrabajo. (Pexels)
Otra cuestión fundamental, de la que se ha hablado mucho y que debería seguir pensándose, es el teletrabajo: cómo y en qué condiciones. El teletrabajo tiene un efecto en los entornos cotidianos, es decir, en los desplazamientos de los trabajadores. Evidentemente, desplazarnos menos es un mecanismo para atacar la contaminación, entre otros temas.
Pero no soy partidaria del uso de la casa para trabajar, sobre todo para las mujeres, sino que apunto a un teletrabajo en espacios compartidos cercanos a casa, que incluso podrían ser oficinas dispuestas por las empresas en diversos barrios de la ciudad. Que se salga de casa y que el desplazamiento a pie también dé vida a la calle.
Viejas reflexiones sobre el futuro
Como civilización, tendríamos que pensar que para estar en el mundo somos ecodependientes e interdependientes. Así que resulta fundamental, de nuevo, reconocernos como humanos, como animales ecodependientes, porque formamos parte de un sistema mayor en el que existimos con otras especies. Somos parte de ese todo, no somos la cúspide: es importante pasar de una idea jerárquica en la que el hombre está arriba, luego las mujeres, luego los campesinos y campesinas, después la tierra y los animales… a una idea circular: a una concepción de civilización circular y en red.
El individualismo no es la solución para estos tiempos. (Unsplash)
Si somos conscientes de que formamos parte de un ecosistema, sin jerarquía, seremos conscientes de que nuestra casa es la que es. No es cambiar la urbe por la huida de la ciudad –a la “urba”–, o la Tierra por Marte. La solución individual no es solución, por más que unos pocos puedan irse a la urbanización o a Marte.
Interdependencia es la idea de que los seres humanos, como animales, dependemos los unos de los otros, necesitamos a otras personas para que nos cuiden desde que nacemos. Por tanto, se debe reconocer esta interdependencia, que dura toda la vida y en diferentes circunstancias, y dejar de lado la idea de que el ser humano –como explica muy bien Katrine Marçal en ¿Quién le hacía la cena a Adam Smith?– existe solo para competir y, cuanto más independiente, mejor. Ningún hombre puede estar del todo solo o hacerlo todo solo.
Interdependencia es la idea de que los seres humanos, como animales, dependemos los unos de los otros.
Pese a las semanas de confinamiento, hemos descubierto la importancia de relacionarnos con los demás. (Pexels)
Debemos romper esa idea del superhombre en pro de una relación de seres humanos interdependientes (afectivamente, materialmente, de cuidados). Es una realidad que, si es asumida, nos lleva a colaborar, a cooperar, y no a competir.
Si logramos empezar a pensar todas nuestras acciones –y las acciones profesionales– con esta mirada, podría cambiar la dirección en la que nos comportamos a diario: pensaríamos en los efectos de nuestras acciones en el ecosistema y en nuestras relaciones.
La ecodependencia y la interdependencia son ideas fuertes para repensarnos.
Zaida Muxí, Grupo de Mujeres Arquitectas del COAC, en diálogo colaborativo con Ana María Álvarez
Este post forma parte de la compilación de artículos del libro Crónicas del desconfinamiento: Mujeres y arquitectura. Si lo quieres descargar, aquí te explicamos cómo hacerlo.